Esta especie, propia del Atlántico Norte, es una de las criaturas más amenazadas en la tierra. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. solo nacieron cinco ejemplares durante el año pasado.

Todos los días un equipo de investigadores estadounidense monitorea el comportamiento de la ballena franca, también conocida como ballena de los vascos, de la bahía de Georgia hasta Florida. Sus registros de partos durante el 2017 son escasos, apenas se registraron cinco recien nacidos. Esa cifra es tan alarmante que, siendo cierta, el último conteo de la población completa sería de 458 ejemplares de la especie.

El problema es tal que los científicos no cuentan con señales que indiquen si este año las madres han tenido crías en épocas de dar a luz y amamantar. A diferencia de los datos que tienen sobre sus fallecimientos, estimados en al menos 17 para el año pasado.

A la preocupación de los investigadores se suma la de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA – por sus siglas en inglés). Esta agencia científica del Departamento de Comercio de los Estados Unidos subraya que del año 1990 a 2014 solo nacieron 411 terneros. Un promedio de alrededor de 17 por año.

“Ese total sería una extinción sin precedentes”, aseguró Charles “Stormy” Mayo, director del Right Whale Ecology Program en el Centro de Estudios Costeros en Provincetown, Massachusetts para el diario New York Times. Él lidera el monitoreo del equipo investigador.

Sin embargo, de acuerdo con Mayo, queda la esperanza de que los animales se hayan mudado a otro lugar del océano para dar a luz. De ser así en unos meses, entrada la temporada, se tendrían noticia de sus terneros.

Esa hipótesis estaría sustentada en que, durante los vuelos de monitoreo del equipo se ha visto una cantidad grande de animales, incluidas las hembras en edad reproductiva. Es probable que varias de ellas estén más al sur con sus recien nacidos. Pero la idea sugiere que la especie ha cambiado de zona como se evidenció el año pasado cuando aparecieron en el Golfo de San Lorenzo, en Canadá.

En esa ocasión varios ejemplares murieron a causa de barcos o heridos por las herramientas de los pescadores. “No hubo controles de gestión, porque no sabíamos que estarían allí”, explicó para el mismo periódico el Dr. Mayo. Agregando con alarma que “etamos viendo la posibilidad real de extinción”, concluyó.

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