En la cuenca del río Tochecito están 600.000 de las casi 700.000 palmas de cera adultas de Colombia.

En la carretera que conduce de Cajamarca (Tolima) a Salento (Quindío) se encuentra el corregimiento de Toche, sobre la vertiente oriental de la cordillera Central. Estrechas calles de casas coloridas, con vacas y caballos transitando, y aves blancas posando sobre los árboles, mientras la neblina las arropa llegada la noche, hacen parte del paisaje.

Después de seguir la trocha, que a simple vista parece como cualquier otra, se asoma, a lo lejos, el lugar con mayor cantidad de palmas de cera en el mundo: Tochecito. Este tesoro, cobijado por grandes montañas y aislado durante décadas por el conflicto armado, guarda cerca de 600.000 palmas de cera –de las 700.000 que hay en Colombia– en una extensión de 4.500 hectáreas. El lugar, irónicamente, está desprotegido.

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La palma de cera del Quindío es la única planta del país que está expresamente protegida a nivel individual por una ley de la República (la 61 de 1985), que designa a esta especie como Árbol Nacional de Colombia. Aunque la ley contempla la creación de parques nacionales o santuarios para su protección, el tema está estancado.

Hoy, la Alianza por la conservación de la biodiversidad, el territorio y la cultura, que incluye a Parque Nacionales Naturales, y organizaciones como WWF, WCS, la Fundación Mario Santo Domingo, junto con el apoyo del Jardín Botánico del Quindío, el Instituto Humboldt y la Red Colombiana de Reservas Naturales de la Sociedad Civil (Resnatur), está trabajando en la creación de un área de conservación de aproximadamente 9.000 hectáreas, sumando el bosque con los fragmentos aislados de palmas que están entre los potreros.

La urgencia radica en que tan solo el 1 por ciento de las palmas de cera están dentro de algún área protegida en el país. Si la población de Tochecito es conservada mediante alguna figura, su representatividad nacional aumentaría un 86 por ciento, lo cual resultaría de gran valor, teniendo en cuenta las funciones ecológicas que prestan.

Para Rodrigo Bernal, botánico y coautor del ‘Plan de conservación, manejo y uso sostenible de la palma de cera del Quindío’, la principal traba gira en torno a esta pregunta: ¿cómo lograr una rentabilidad económica para las comunidades locales que históricamente han habitado este ecosistema, mientras se garantiza la protección del árbol emblema de Colombia?

¿Cómo lograr una rentabilidad económica para las comunidades locales que históricamente han habitado este ecosistema, mientras se garantiza la protección del árbol emblema de Colombia?

“No estamos haciendo lo suficiente para que aquellas palmas que están en los potreros no se mueran, pero el problema es que el Estado no tiene la plata para comprar las propiedades, entonces toca que los propietarios participen de alguna manera y obtengan beneficios por ello”, le dijo Bernal a EL TIEMPO.

Las palmas de cera, distribuidas a lo largo de los Andes desde Venezuela hasta Bolivia, consiguen sobrevivir y crecer si se encuentran en condiciones de buena iluminación, pero sin radiación directa. Así que debajo de una palma hembra pueden encontrarse hasta 300 plántulas que mueren por falta de protección, y a mordiscos por el ganado que tranquilamente se pasea por este paisaje y se las devora, creyendo que se trata de pasto.

Los palmares y bosques naturales de Tochecito facilitan la movilidad de la fauna en gran parte de la cordillera Central, proveen alimento constante y abundante a los animales silvestres (pues cada palma puede producir al año cerca de 24.000 frutos) y además sus troncos son el único hogar de anidación para los loros orejiamarillos, una especie catalogada en peligro de extinción.

El temor de Bernal es que Tochecito termine como el valle del Cocora, en Quindío, donde la mayoría de las palmas que constituyen el atractivo turístico tan apetecido por los extranjeros, son plantas adultas que sobreviven en potreros, parches aislados, en los que la especie no logra regenerarse. Son “muertos vivientes”, dice.

Según el experto, en los próximos 47 años la mayoría de los individuos de la zona norte del Cocora alcanzarán alturas mayores a 40 metros y probablemente morirán, sin que haya nuevas palmas que las reemplacen. Con esta severa reducción desaparecería un ícono del paisaje andino colombiano.

¿Cómo proteger a Tochecito?
Tochecito es un territorio con gente y así es como hay que entenderlo. No está aislado, sino que hace parte de la historia de quienes allí habitan. Y los que viven son, en su mayoría, víctimas de la guerra. Basta con cruzar algunas palabras con la gente del pueblo para ser testigos del pasado que a todos los une y marca. Que todavía duele. “Me desplazaron, lo perdí todo, nos abandonaron, la culpa es del Estado, la culpa es de las Farc, me lo mataron, me amenazaron”, dicen. Todavía no están acostumbrados a ver turistas y, sin embargo, una llama se mantiene encendida con intensidad: la de la esperanza.

Así que en este bosque hay ganadería y agricultura, actividades tradicionales del campo que, como es de esperarse, han desconectado y fracturado el bosque. Pero Tochecito es tan único que representa la última oportunidad de conservar este ecosistema. Todos los saben, lo que no saben es bajo qué figura ponerlo.

Tochecito está reflejando el vacío que tiene el Sistema Nacional de Áreas Protegidas colombiano porque no encaja en nada

“Tochecito está reflejando el vacío que tiene el Sistema Nacional de Áreas Protegidas colombiano porque no encaja en nada”, le dice a este medio Hernando García, subdirector del Instituto Humboldt. “Si lo ponemos bajo la figura de Santuario de Flora y Fauna, o de un Parque Nacional Natural, la gente no puede hacer uso del territorio. Pero si lo ponemos como un Distrito de Manejo Integrado (DMI) no queda blindado contra la minería”.

Se está abriendo, entonces, una discusión de país para decidir el futuro de Tochecito.

“Hemos hablado con el Ministerio de Ambiente sobre la necesidad de reformar el régimen de uso de una reserva forestal protectora, donde se incluyan los usos sostenibles. El país del posconflicto debe repensarse e innovar y creemos que la figura de reserva forestal protectora de carácter nacional es la mejor opción”, remata García.

La propuesta para crear un área protegida tiene cuatro pilares: mantener los palmares de bosque como la única muestra que queda de estos ecosistemas en los Andes, mantener la integridad de las poblaciones de palma de cera, mejorar la conectividad regional y generar propuestas de uso sostenible, incluyentes de los actores locales, que promuevan la sostenibilidad y los modos de vida.

Los cuatro títulos de AngloGold Ashanti
Según el Catastro Minero Nacional, la empresa AngloGold Ashanti es titular de cuatro títulos (CG3-145, GLN-094, GLN-099 y el HHA-14251X) dentro del bosque de Tochecito, abarcando los municipios de Cajamarca, Salento e Ibagué, en un área total de unas 17.000 hectáreas.

La gente que allí vive, aunque teme que una figura de protección limite sus actividades económicas, no quiere minería en la zona, sino ecoturismo, pues entre los palmares serpentea el famoso Camino del Quindío, la ruta que por más de 300 años comunicó a Ibagué con Cartago, en la ruta de Santa Fe de Bogotá a Quito, y por donde anduvieron los naturalistas Humboldt, Jean-Baptiste Boussingault, Isaac Holton y Edouard André, además de Simón Bolívar.

EL TIEMPO consultó a la empresa AngloGold Ashanti para conocer su posición frente a este bosque, y aseguró “reconocer la necesidad de la declaratoria en la cuenca del río Tochecito”, además de liderar “iniciativas para la protección de la palma de cera con la reforestación de 8,39 hectáreas con 15.200 árboles, de los cuales 3.100 han sido palmas de cera”.

En cuanto a los títulos a su nombre, AngloGold afirma que ya renunció a dos de ellos en julio de este año, y que los otros dos son objeto de una acción popular iniciada ante el Tribunal Administrativo del Tolima, por lo que se encuentran suspendidos.

“Esto significa que la compañía no puede ejercer ningún derecho sobre ellos, ni siquiera el derecho de renuncia por cuenta de esa orden judicial”, dijo a EL TIEMPO.

Para el abogado ambiental Rodrigo Negrete, la buena suerte ahí es que “los proyectos no se pueden licenciar si en parte de esos títulos hay prohibición de hacer minería.

En este caso, Cajamarca le dijo ‘no’ a la minería por consulta popular e Ibagué, por acuerdo municipal”.

En ese escenario, dice el experto, la reserva protectora es una figura ideal para proteger a Tochecito, pues están prohibidas las actividades mineras, pero permiten la propiedad pública y privada, siempre y cuando no vayan en contravía de la conservación. “Lo más importante es que no se pierda este ecosistema. Con las actividades tradicionales de ganadería y agricultura se pueden recuperar los suelos, mientras que con la minería jamás pasará”, dice.

*Este artículo fue publicado originalmente en www.eltiempo.com

4 Responses

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