Las restricciones de ese país para importar desechos entraron en vigor el 1 de enero de este año. ¿A dónde irán las 49,6 millones de toneladas de basuras que dejarán de recibir?

En julio de 2017, China declaró que no estaba dispuesta a aceptar másyang laji, es decir “basura extranjera”. Desde enero de este año, esta medida entró en vigor y, como notificó esa nación a la World Trade Organization (WTO) prohibió la importación de 24 tipos de chatarra, incluyendo plásticos para reciclaje, residuos textiles y toda clase de papel de desecho. Del mismo modo, decretaron que las importaciones de cartón para reciclaje deben ser mucho más “limpias” y libres de grava, polvo y piedras.

Naciones Unidas y el Instituto de Industrias de Reciclaje de Desechos de Estados Unidos calcularon que en el mundo se generan más de 180 billones de toneladas de basura (doméstica, peligrosa e industrial). Decimos “se calcula” porque pocos países monitorean y hacen públicas su producción, importación y exportación de desechos, una incertidumbre que se suma al tráfico ilegal de residuos, aún más difíciles de rastrear y cuantificar. Sin embargo, se estima que para 2017, la exportación de desechos representó 86.000 millones de dólares en el mundo.

China, por su papel en la manufactura global era el mayor consumidor de materias primas, recicladas o no, y el principal importador hasta hace una semana. En 2015, el gobierno chino evaluó que recibía 49,6 millones de toneladas especialmente de la Unión Europea, en donde el 87% del plástico reciclado colectado era exportado directa o indirectamente vía Hong Kong hacia China. Estados Unidos también sufrirá la incertidumbre de qué hacer con los 1.42 millones de toneladas de desechos que exportaba hacia ese país.

Con esta nueva medida, ¿a dónde irá esta masiva montaña de desechos?

De acuerdo con el portal científico The Conversation, muchos de los países que importaban sus desechos a China se saltaban directamente el proceso de tratamiento de residuos y reciclaje (por la facilidad de simplemente sacarla de sus países). Sin embargo, hay opciones: los plásticos recolectados para reciclaje pueden destinarse a la recuperación de energía a través de la incineración. “Después de todo, son un material a base de combustibles fósiles y se queman extremadamente bien, por lo que, en una nota positiva, podrían generar electricidad y mejorar la autosuficiencia energética”, se lee en el portal.

En un escenario poco ideal, pero muy real, podrían ir al vertedero. Alternativamente, los materiales podrían almacenarse hasta que se encuentren nuevos mercados. Esto también trae problemas porque ha habido cientos de incendios en sitios donde se almacenan materiales reciclables.

Un camino a seguir podría ser cambiar la relación que los consumidores tienen con el plástico y los desechos. “Si bien es un material confiable, que adopta muchas formas, desde la película adhesiva (envoltura envolvente) hasta el embalaje flexible y los materiales rígidos utilizados en artículos electrónicos, los problemas causados ​​por el plástico, especialmente la basura y los plásticos oceánicos, reciben cada vez mayor atención”. No por eso el plástico debe ser satanizado. Podría entonces limitarse las funciones biomédicas, por ejemplo, con bolsas de sangre para transfusiones, pero preguntarse por la utilidad de los objetos desechables por conveniencia.

La posición de China es “proteger los intereses medioambientales y la salud de la población”, sin embargo, la basura tecnológica no parece estar incluida entre la basura y la chatarra. En 2017, China fue el país con mayor volumen de aparatos electrónicos generados y duplicó la generación de éstos con 6,7 millones de toneladas, un 107% más con respecto a los datos registrados antes de 2010 por Naciones Unidas.

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